Desde el amor. En uno de los momentos más oscuros de su vida, una mujer encontró su mayor fuerza y motivación en quien menos imaginó: la mujer por quién no fue elegida. Su historia, narrada sin victimismo ni rencor, muestra que la verdadera reconstrucción comienza cuando dejamos de luchar por alguien y empezamos a luchar por nosotras mismas.
El mito del sacrificio = amor
Dejemos de romantizar el sacrificio y pelear por el “amor de mi vida”. Quiero contarles que en uno de los momentos más oscuros de mi vida, mi mayor motivación para no dejarse caer, fue ella, la mujer que se quedó con el hombre que yo alguna vez quise para mí.
Con toda la humildad, la acepción y el reconocimiento, hoy puedo contarles esa parte de mi historia, que a la distancia, confirma que no vale la pena pelear entre mujeres buscando una relación, un hombre, que no nos eligió a la primera, que justificó sus actos con la comparación y la humillación de aquellas, que sólo querían ser la ‘elegida’.
“Yo no peló por un hombre”, siempre me lo he repetido hasta el cansancio. Para convencerme a mí misma, para sobrellevar… para poder procesar, quizá, el no ser elegida. De caer en el pensamiento de no sertirse valiosa o de no ser lo suficiente para que ese hombre –idealizado- sé dé cuenta que no existe nadie más especial y que nadie luchará por él como la mujer que tiene frente a él.
¿Pero qué pasa, durante todo ese proceso?. Creo que nos perdemos a nosotras mismas, nuestra esencia, nuestra personalidad, nuestros propios deseos, nuestra alegría y felicidad. Y todo ¿para qué? Para convencer a la otra persona ¿de amarnos?.
Me recuerda a la película de Julia Roberts, ‘Novia fugitiva’. Cómo ella se mimetizaba con su pareja para convérselo de que era la idea para él. Pero ¿dónde quedamos nosotras? ¿Vale la pena? ¿Tenemos que perdernos para ser amadas?. La respuesta es no.

No vale la pena, pelear por alguien que no nos quiere, que no nos elige, que no nos ve y reconoce.
En esta historia. Yo no pelee por un hombre, pero sí lo idealice.
“Si encontrará a alguien más, te dejaría sin dudarlo”, con esas palabras escritas en un correo electrónico, dio por finiquitada nuestra relación. Sin mirarme a los ojos, sin aceptar errores, sin nada… pero sí con bríos de superioridad y menosprecio, lo que no veía en ese momento.
No le rogué, no luché por él, nos fuimos alejando pero seguíamos siendo amigos, pese a toda la herida. Con el tiempo, él inició una nueva relación y “tuvo la cortesía” de decirme que se iba casar. Fue difícil pensar qué alguien más ocuparía el lugar que alguna vez yo quise para mí.
Pero, creo que lo más difícil fue para ella, que se vio obligada por él, o por lo menos eso decía él, a vivir bajó la ilusión y la comparación –por qué al final nada era real- de la ex novia.
Ella, la otra.
“Es súper celosa y más cuando hablo de ti”. Me contó la última vez que hablamos. Y sí, reconozco que te eleva el ego después de que la ruptura de había dejado la sensación de “no ser lo suficiente”; pero que en ese momento caes en la rivalidad con la ‘otra’ y que realmente no vale la pena.
El drama de esto, no sólo lo vivía yo, sino también ella. Ella que no dudó, en que vivía en la comparación y la duda. Una vez, un “amigo imaginario del face”, entabló platica conmigo queriendo indagar sobre mi relación –de años atrás- con él, saber qué pensaba de ella y si teníamos contacto.
Me sentí mal, porque algo dentro de mí, me decía quién era mi “amigo imaginario del face”, y sabía que las cosas no estaban bien, alguien no la estaba pasando bien. Yo tenía años que había desaparecido de la escena de ese drama. Pero no se sentía bien.
En uno de los episodios más oscuros de mi vida, me llegó una publicación: la foto de una pareja sonriendo y disfrutando de su amor.

Era ella, junto con un nuevo amor.
Obviamente, la curiosidad me llevó a stalkear, a ver, a reconocer y a entender. Finalmente no valió la pena las horas de compararnos a nosotras mismas, de pelear y desear en el fondo que él se diera cuenta de nuestra valía, cuando en realidad nosotras teníamos que ver nuestra propia valía.
Su relación terminó. No sé por qué y no quise preguntar. Yo pasaba por uno de mis momentos más oscuros y lo que sentía al ver esa fotografía y esa historia fue felicidad, pero no esa felicidad de decir: yo tenía razón y ella no era para él. No.
Fue esa felicidad de verla feliz, de verla sonreír plenamente, lo que no veía cuando estaba él. Me dio alegría ver que se había encontrado con alguien con quien compartir su esencia, con quién hacer locuras compartidas, con quién sonreír, verse realizada y reconstruida.
Una mujer en reconstrucción, una mujer reconstruida, una mujer fuerte y contenta. Así la vi, y sin que ella jamás lo supiera, en ese momento tan oscuro de mi vida que pase, ella fue mi motivación, la motivación que necesitaba para limpiarme las lágrimas y buscar mi reconstrucción, mi fuerza, mi esencia.
Ese hombre que alguna vez idealice, rescatando todo lo positivo que veía en él, reconocí que no era “el perfecto para mí”, no lo era y no sólo porque no me eligió, sino porque a la distancia he aprendido a identificar que las violencias que ejerció hacia mi persona, los comentarios hirientes, las formas, no las merecía, pero fue la idealización de una historia, de una persona, de un cuento de hadas lo que me hizo qudarme más de lo que debía.

Si tienes que luchar por alguien, ahí no hay amor. La reconstrucción también es amar
No luchen por otra persona, luchemos por nosotras mismas. No destruyamos a otra persona por la idea romántica de ‘luchar por alguien’, no vale la pena destruirnos entre nosotras o nosotros por alguien que nos pone en una situación de tener que luchar, tener que demostrar, tener que compararnos, de tener que destruir a alguien más para resaltar nuestras virtudes.
Creo que el amor nace del respeto, sin el respeto no existe nada más, y una persona que te pone a competir por su amor, no te respeta, no respeta tu esencia no respeta quién eres, no respeta ni le da el valor a tu amor.
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